El ruido de las cosas al caer

"Hay un ruido que no logro, que nunca he logrado identificar: un ruido que no es humano o es más que humano, el ruido de las vidas que se extinguen pero también el ruido de los materiales que se rompen.Es el ruido de las cosas al caer desde la altura, un ruido interrumpido y por lo mismo eterno, un ruido que no termina nunca"
Portada de El ruido de las cosas al caer, novela de Juan Gabriel Vásquez.foto:editorial Alfaguara.

Precedida de los brillos y titulares del premio Alfaguara, y yo rompiendo mi conducta de avesado lector: no leer libros de premio, leí de una sentada; mejor, varias sentadas, porque el texto es tramador, y a uno no lo deja aburrirse. Así cumple su cometido, lo cual debe ser la esencial condición de toda novela: no aburrir al lector. Además, El ruido de las cosas al caer, hermoso y poético título cumple ya una vieja premisa básica que debe tener toda novela: hablarnos de las cosas que sólo la novela puede decirnos, y aquí se trata de la intimidad de las vidas de los personajes. Para más señas, que sufren las consecuencias de sus decisiones privadas que van a derivar en vidas que se frustran, donde nacen criaturas, y sus madres contaron una versión, lo más parecida a las historias de los cuentos infantiles que igualmente lo tiene.
El narrador nos cuenta el rollo de esas vidas atravesadas de mentiras. Frustraciones de una época signada por las bombas de lo que se llamó el narcoterrorismo y sus violencias. Tratándose de Colombia nunca se sabe qué grupo violento le dió por poner las bombas, así éstas también provengan de oscuros agentes del propio estado.Sobre todo miedo: el miedo de morir porque sí, al voltear cualquier esquina de una calle transitada como verdaderamente ocurrió en la ficción al narrador. Pero no nos relata un thriller en el mejor de los sentidos de una novela criminal.No. Antonio Yammara es un profesor universitario de derecho, ironia notable, por cierto;(la novela está llena de contrastes: Maya, es dueña de un apiario); que por ese gusto que muchos hombres comparten juegos, en este particular caso: el billar, se hace amigo de Ricardo Laverde, que está pintado muy bien como personaje eje de toda la trama novelesca. Y desarrolla la anécdota de este hombre enigmático, que con él, y en el pasado remoto de sus antepasados, se irá al principio de la aviación colombiana-la parte histórica muy sustancial, y bien contada del relato- y con ello nos va desgranando los episodios de cómo Colombia se fue por el despeñadero al poner a una generación y cruzarla en el ojo del huracán de un problema algido en los últimos treinta años: el inicio privado del narcotráfico y su contraparte:la guerra contra las drogas.
Y la presencia fantasmal, de Pablo Escobar Gaviria, tristemente célebre, por haber implementado el tráfico de cocaína en una escala industrial, y por consiguiente, ante su arrogancia criminal y sanguinaria ya por todos conocida y repudiada. Y de esa decadencia derivada en su hacienda en ruinas, es un hipopótamo cuya noticia de su sacrificio da la chispa para arrancar con el relato, donde el narrador hace vividos homenajes a la aviación: no son gratuitos los epígrafes de Saint- Exupéry y de la poesía de Aurelio Arturo. Con una prosa cuidada llena de aciertos literarios de singular belleza: "...quitó el forro de la mesa, no de un tirón, como lo hacen otros billaristas, sino doblándolo por partes, con meticulosidad, casi con afecto, como se dobla una bandera en un funeral de Estado"; de resonancias muy poéticas, en páginas tras páginas del relato, con un tono poético y poetizado que tiene mucho del tono de El otoño del patricarca, lo mismo el homenaje a esa otra novela que está equivocada en su portada con la letra e puesta adrede al reves, que es el portento bíblico de la narrativa latinoamericana titulada Cien años de soledad. Crítica elocuente a su ciudad, Bogotá: "ciudad de gente solapada y ladina".Las descripciones de los pisos térmicos de los climas de Colombia alcanzan una cierta poética de la humedad y el calor, ha propósito de la ola invernal que sufrimos recientemente.
Vásquez ha asumido con toda responsabilidad de novelista- si es que los novelistas tienen alguna responsabilidad social, que no es otra que escribir bien- la trama de una novela que inicia y sigue el hilo de contarnos los fragores íntimos que derivó el narcofráfico en muchísimas vidas, en una generación completa, en un país, que sufre el estigma como el lastre de ser una potencia universal en el tráfico de este alcaloide.
Pero aquí no se trata de una consabida trama detectivesca de una novela negra y criminal, sino en la investigación y puesta en escena de los episodios íntimos de unas vidas anónimas, que veían en los noticieros de televisión y oían en la radio el estallido de las bombas y los asesinatos de notables como una cosa ajena e indiferente; recoge, creo: algo así como nosotros de rumba mientras el país se derrumba, de allá afuera hasta que le toca en carne propia vivir y vivimos esta parte trágica y violenta en las vidas reflejadas desde la intimidad, que Vásquez lo hace con mano maestra.
Excelente novela para empezar a comprender este fenómeno, que aun sigue y seguirá siendo leitmotiv de análisis, en este caso de vidas humanas, como corresponde al territorio libre y extenso de una novela con mayúscula.

El ruido de las cosas al caer.Juan Gabriel Vásquez.Premio de Novela Alfaguara 2011. Editorial Alfaguara.259 páginas. 41.000 pesos

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