La soledad del dromedario

"Hans Silva para sobrevivir trabaja de noche en un supermercado, que le posibilita esconderse del mundo diurno, para huir de la vigilia vigilante de la discriminación, donde sería visto con desprecio por su joroba"
Portada La soledad del dromedario, de Daniel Villabón Borja, También conocido como Roberto Balbastro.foto:archivo


En la población mayoritaria ávida de leer, está creyéndose que eso de literatura son aquellos libros voluminosos, de memorias farragosas cargados con anecdotarios criminales, de la llamada “sicaresca” y de los testimonios de vida de los secuestrados. La gente que medio lee, está convencida que es la literatura. Además, etiquetándola como colombiana. Pienso alarmado que en la educación, desde las aulas, hay una falla estructural, un hueco negro por él que se tragó el conocimiento seleccionado que constituiría saber distinguir el cuerpo verdaderamente literario, autónomo y afincado en la imaginación, que desconoce, por supuesto, la buena y excelsa Literatura en contravía minoritaria de esa corriente generalizada de textos realistas testimoniales, pero escasísima, en la imaginación densa y autónoma que hace juego un autor, creando un mundo posible de pura ficción. Y es allí donde orbita esta novela breve.

La invitación anónima, que recibe para ir a una fiesta motiva a Hans Silva, a contarnos su mundo aparte y extrañado hasta en sus pulsaciones eróticas, que lo hace de la manera más natural y con todas las mejores palabras del idioma, cuidando una prosa limpia de ripios, y alcanzando cierto nivel lírico, manteniendo en cada capítulo una enunciación casi que calcada de la novela madre de todas las novelas: El Quijote.

Hans Silva para sobrevivir trabaja de noche en un supermercado, que le posibilita esconderse del mundo diurno, para huir de la vigilia vigilante de la discriminación, donde sería visto con desprecio por su joroba.

La oscuridad de la noche crea un manto atávico para realizar todo lo prohibido y Hans Silva los comete desde su modus vivendi. Los episodios son descritos con naturalidad y sin cargas de culpa de victimizarse por su gibosidad, como llama reiteradamente su atrofia física.

Es en la noche donde Hans Silva siente una sensualidad espesa por recorrer su camino, su destino, por llamarlo sin cargas de fatalidad lleno de penumbras sórdidas pero deslastradas de malignidad. Al contrario, mantiene un tono risueño contándonos los episodios más eróticos sin caer en la procacidad de simplismos explícitos de una eyaculación normal. Además, nos cuenta sueños de él con su gibosidad como un plato fuerte que se sirve en una gran comilona, en otra fiesta que sucede en el sueño de Hans Silva.

Y así el relato avanza con un tono completamente onírico, de los sueños, donde se pierde la frontera de ese trasunto existencial que nos convoca a vivir siempre que llamamos realidad; desde la primera línea que recorremos de la mano con las andanzas de Silva dentro del cuerpo de la brevedad de la novela, que conste, que me sentí en un cuento largo pero que bajo los formatos clásicos formaría parte de la llamada novela breve, o Nouvelle que llaman los franceses.

Pero hay un algo que me dejó, en ascuas, el final no está desarrollado, al interior de la lógica natural dentro de la historia de esta densa y fluida novela breve.

Cuando leía, me hacía recordar también las resonancias de ese otro Jorobado de Victor Hugo.

Pero recibo con satisfacción, que, por fin hallé un personaje literario que está en un mundo aparte, y lo está tanto, que para mí felizmente no entra en ninguna categoría de la llamada literatura colombiana porque esta novela breve si está dentro de la verdadera Literatura que hay que leerse.

La soledad del dromedario
Premio Nacional de Novela Corta 2010
Taller de Escritores Universidad Central (TEUC)
Daniel Andrés Villabón Borja
Editorial Universidad Central Bogotá, Colombia
140 páginas
$15.000

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