Muchos años después...



 
Gabriel García Márquez, escritor colombiano, autor de Cien años de soledad, Premio Nobel de Literatura de 1982.
Muchos años después, frente al teclado del computador, el escritor había de recordar aquella tarde remonta cuando empezó a leer Cien años de soledad. La leyó en unas vacaciones escolares del bachillerato, después de comprarla regateando el precio: sesenta sucres de la época le costó,  en una librería. El librero me entregó un ejemplar de la mítica edición de soles y cabezas con la letra e invertida de libros usados en la ciudad de Quito, Ecuador Al lado había una cafetería y entró y pedió unas humitas, envueltos de maíz, muy suaves al paladar y con café negro. Y se hundió en la lectura embrujadora de la saga de los Buendía. A las diez de la noche el mismo mesero que lo atendió le dijo que  ya cerraban. Pagó y salió ya embrujado de la prosa garciamarquiana, que tanto había leído nombrar en tantísimos suplementos literarios de los periódicos colombianos de la época. El nombre del autor se repetía tanto, porque era un periodista reconocidísimo por sus crónicas y reportajes y  su obra literaria también ya ocupaba  un merecidísimo puesto renovador en la anacrónica y revenida literatura colombiana de esos días. Además, era inolvidable acordarse de la primera vez que lo leyó encantado, en un cuento: La prodigiosa tarde de Baltazar, que le dio a conocer su hermana. Desde ese corto texto quedó maravillado de la forma de contar y siguió leyendo toda su obra en el orden de sus publicaciones. Así, pues, llegó la hora de ocuparse en leer Cien años… que era la obra que le faltaba, y lo hizo en esas vacaciones anuales, cuando  volvía a su ciudad natal, Ipiales, La Ciudad de las Nubes Verdes, y se ocupaba en leer algo en las horas muertas. Recuerda que en la larga travesía del viaje al Sur profundo, tenía entre manos un  abstruso texto marxista de economía política, pero el embrujo de la prosa de Gabriel García Márquez lo puso en una especie de sortilegio encantado que duró quince días intensos en leerse la novela. Y cuando la terminó. Cerró el libro y se dijo que en seis meses en Bogotá la volvería a leer para precisar los nombres que se repiten y  a veces, lo confundían, pero después  halló la forma en que el propio autor los nombra para que el lector igualmente no se confunda.
Desde esa tarde remota de Quito, cuando el librero, le dijo: la novela de su paisano Gabriel García Márquez; la ha leído cuarenta y una veces, recordando vivamente episodios del texto narrativo, de la forma que el autor construyó su relato, trasmutando la vida de su familia, creando personajes inolvidables; recuerda, que en la carrera quince con calle ochenta y cuatro, había una boutique de ropa femenina, llamada Pilar Ternera cuyo nombre en el luminoso aviso estaba escrito en la rigurosa letra palmer con un traslucido rosado de fondo en grandes letras negras. Y el nombre del pueblo de Macondo, iniciaba a generalizarse, y hasta a crearse derivaciones de su nombre por las situaciones tan singulares, que se dice macondiano: propio de los colombianos. Y entonces se empezó también a señalar situaciones tan maravillosas de lo cotidiano, como del realismo mágico, que algún desocupado crítico literario le dio en categorizar la literatura de Gabriel García Márquez.
En el año de mil  novecientos setenta y cinco cuando publica El otoño del patriarca, y  el personaje de esta crónica, le dio por llamar a la sede de la revista Alternativa, con el pretexto de preguntarle al autor, cómo se escribe un cuento. Le contestó una voz de hombre, que no se identificó, le dijo: Por favor con Gabriel García Márquez. No está, no ha llegado, quién lo llama, le contestó una voz de hombre. Es para preguntarle, cómo se escribe un cuento. Llámelo después de las dos de la tarde,(eran las once la mañana cuando llamó) y le pregunta personalmente a él. Después ya no llamó, se olvidó de llamarlo para preguntarle, cómo se escribe un cuento.
Vivía en Caracas, en 1984 cuando se enteró que Gabriel García Márquez era invitado  del gobierno colombiano por su amigo político y poeta presidente Belisario Betancur, al homenaje que el gobierno venezolano le hacía al Libertador Simón Bolívar, donde Venezuela botó literalmente la casa por la ventana del derroche y fasto para la celebración al Padre de la Patria de cinco naciones.
Hizo un detectivismo particular con Gabo, ya se había encariñado y guardaba el ejemplar de Cien años de soledad leído y releído tantas veces para que me lo autografiara. Llegó a la recepción del lujoso hotel Hilton donde se hospedaba toda la comitiva colombiana que asistía al homenaje bolivariano. Preguntó con total desenfado por si habían visto a Gabriel García Márquez, y una linda recepcionista caraqueña le respondió que ya había salido.
En los días siguientes leyó una crónica publicada en El Nacional de Caracas, cómo Gabriel García Márquez estuvo en Bello Monte en una arepera comiendo arepas rellenas y hablando de todo un poco con un periodista amigo de nombre Manuel Pulido. Y ya no estaba en Caracas, se había ido junto con la comitiva presidencial colombiana.
Quedó mordido de la frustración y esperó tranquilo varios años. Estando otra vez en Bogotá. Además, que  estrenaba paternidad, le comentó a la madre de su hija Irene Marcela, que Gabriel García Márquez asistiría al homenaje que la Casa de Poesía Silva, que dirigía la poeta suicida María Mercedes Carranza le hacía al expresidente poeta Belisario Betancur en su cumpleaños. Transcurría el año de 1993.
Salieron con la mamá que cargaba aún de brazos a Irene Marcela en el mismo taxi desde donde  pudo distinguir el viejo Mercedes negro de Carlos Lleras Restrepo mientras avanzaba en la Carrera Tercera que asistió también a la velada de poesía.
La mamá de su  hija Irene Marcela siguió hacia la casa de una amiga que entonces residía en el viejo e histórico barrio colonial de La Candelaria. Se bajó en las inmediaciones de La Casa de Poesía Silva, donde habían sacado unos altavoces y en los alrededores de la calle estaba atestado de curiosos y lagartos a montón entre los cuales se integraba. Eran les seis de la tarde. El tiempo pasaba. Releía páginas de Cien años de soledad para entretenerse por la espera. La madre de su hija Irene Marcela llegó  a las horas con la niña que dormía. Y viron llegar el Mercedes negro de Carlos Lleras Restrepo. Lo cual no se equivocaba que asistía también al homenaje del poeta y colega expresidente Belisario Betancur. El frío hacía estragos por la espera en la calle llena de curiosos y nada. Pero hacia las diez de la noche dos motorizados asomaron sus luces de escolta y apareció detrás un Mercedes blindado color café de donde bajó Gabriel García Márquez junto con Mercedes, su esposa que fueron recibidos por María Marcedes Carranza. La madre de su hija Irene Marcela se puso a un lado de la puerta de entrada, y Gabriel García Márquez al verla dijo es una niña. Mientras tanto  se acercó a doña María Mercedes Carranza con el libro Cien años de soledad en la mano y le pidió el favor de ser posible decirle al maestro García Márquez de un autógrafo. La poeta suicida captó rápidamente que ellos dos éramos los padres de la criatura y escoltados por dos guardias corpulentos a los que les hizo señas de dejarlos seguir, entraron al patio de la casa. Irene Marcela, la bebé se despertó, y había una joven bastante gomela que al ver a la bebé despertarse,  empezó a  decir una y otra vez, es que es perfecta, es perfecta. María Mercedes Carranza buscó a Gabriel García Márquez.  Observó  que los asistentes, era la crema y nata de la mentada oligarquía colombiana, poetas de la alcurnia, renombrados políticos y gente del montón como mi mujer y yo pero Irene Marcela, la bebé, causaba cierta curiosidad entre tantos adultos. Entonces Gabriel García Márquez llevado por María Mercedes  Carranza le pidió el libro, al abrirlo vio que le había pegado una estampilla que le sacó Adpostal en Homenaje al Premio Nobel de 1982.  Yo nunca pude tener una de estas estampillas, dijo al ver pegada la estampilla. Él pensó en sus adentros que  no iba a despegar la estampilla para dañar el libro para darle gusto al Nobel. Preguntó que cómo se llamaba la niña, Irene Marcela, le dijo la mamá. Entonces escribió “Para Irene(la paz) Marcela de su padres felices” Gabo. Le recibió el libro y pudo verlo, al autor, que estaba algo ebrio. Mercedes, su esposa, se acercó y se lo llevó hacia otro grupo. María Mercedes Carranza, les dio a entender que ya habían obtenido el autógrafo, así que abandonarán. Salieron contentos con el autógrafo. La madre de la niña, decía una y una vez cómo supo él que era una niña. Cómo lo supo.
Por esa misma época la embajada de México montó un local de librería, restaurante y almacén de artesanías en la denominada Zona Rosa que se llamó Casa de México, en Bogotá. De tanto en tanto iba allí a curiosear. Por esos días sabía que Carlos Fuentes, amigote y compadre de Gabriel García Márquez acababa de publicar uno de sus tantos libros y andaba de gira internacional promocionándolo. Un par de periodistas del diario El Espectador le hacían una entrevista. Prevenido busqué entre los libros de mi personal biblioteca y busqué Aura, una novela breve magistral de Fuentes para el consabido autógrafo. En una mesa el novelista mexicano daba su opiniones de esto y lo otro, que  recuerdaba que decía una y otra vez que el tiempo es cabrón. Cuando los periodistas terminaron la entrevista, les pidió que le regalara el autógrafo, se sorprendió de hallar una edición tan vieja de editorial Era, y de cariño le regaló dos libros de sus discursos. Se quedó contento y seguió allí en la librería viendo libros de sicología infantil. De pronto sentió al lado  una sombra, al regresar a ver, observó que era el maestro Gabriel García Márquez, y al descubrirlo le dijo, Usté por aquí Maestro. Él dijo, No ve que estamos en Macondo. Yo le iba a decir que si, por supuesto que estamos en Macondo. Y un chaperón  sapo con la cabeza totalmente rapada se acercó y se lo llevo del  brazo hacia el interior de la casa. Esos fuero.n mis momentos tras Gabo.
El libro de Cien años de soledad, alguien se lo alzó entre tanta trashumancia de desarraigo urbano metido en esta ciudad de los espejismos: Bogotá, el páramo alucinado

No hay comentarios:

Publicar un comentario