Escribir es vivir, pero también sufrir.


El domingo pasado en su columna de El País Semanal, la española Rosa Montero reflexiona sobre el papel del escritor sufrido.


"Otro lugar común ampliamente extendido -decía Montero- dicta que el artista ha de ser desgraciado hasta las cachas y que no puedes escribir nada medianamente bueno si no estás sufriendo como un perro. De hecho se suele mencionar una dicotomía totalmente falsa entre la vida y la obra, somo si escoger la escritura fuera renunciar a vivir y meterse en un destino de anacoreta, cuando en realidad es justo al contrario, en realidad escribir es vivir".


Claro, pensar que muchos escritores han sido incomprendidos, ninguneados en vida, han soportado humillaciones y hambre, pero por su arte valía la pena darlo todo, entregar su talento hasta la verdadera agonía.
Para mi es inolvidable esa imagen de Carlos Marx, el escritor y filosófo que bien enfermo murió en su ley, empuñando su pluma.
También me hace recordar que Balzac, en su agonía hablaba con sus personajes. Y fue de los escritores más lúcidos y prolíficos. Uno llega a creer que bajo la presión de cumplir con sus mujeres y al mismo tiempo pagarse su buena vida, y hacerles el capoteo a sus deudores, se redimía sólo escribiendo.
Una máxima que recojo de Rubem Fonseca: el escritor debe escribir bajo cualquier circunstancia. Escribir sin inspiración y sólo bajo la imaginación.
Lo demás son arandelas que el verdadero escritor sabe agregarle para sacar en limpio su trabajo: dejar obra, una buena obra. Como escribió Borges: para la memoria y el tiempo.

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